La vida está llena de retos, emociones y situaciones que nos brindan la oportunidad de aprender y crecer como personas, pero muchas veces nos sentimos rebasados por ellas, lo que nos aleja de la posibilidad de percibir la oportunidad, tenemos la sensación de que somos víctimas de los demás, de las circunstancias o de la mala suerte, así que nos frustramos, comenzamos a sentirnos enojados, activamos los mecanismos instintivos de emergencia y desarrollamos los indeseados síntomas del estrés y la ansiedad. Y esto, a la larga, desencadena consecuencias negativas para nuestra salud.
Esta es una condición muy común en la actualidad, todos alguna vez nos hemos sentido con ganas de salir corriendo de la oficina, de la casa o de la reunión en la que estamos, cancelamos nuestros planes y evadimos determinada situación porque nos sentimos agobiados y poco capaces de controlar nuestras reacciones. Pero, si nos detenemos un momento, podemos tomar consciencia de nuestras emociones, descubrir que en ocasiones nos sentimos irritables, intolerantes y poco pacientes. Y si ponemos un poco más de atención, descubriremos que esto puede ser causado por no poder manejar los estados de estrés ¿Pero, como los controlamos?
El budismo nos ha brindado una alternativa interesante la cual se conoce como mindfulness. Su práctica se ha incrementado recientemente de forma acelerada y su uso ha demostrado beneficios en el tratamiento de trastornos físicos y psicológicos, ha sido adoptada por diversas corrientes psicológicas y se ha comprobado su efectividad en diversos estudios.
Es importante que comprendamos que el mindfulness toma características de la meditación y de técnicas de relajación utilizadas en distintos enfoques psicológicos, convirtiéndola en una herramienta avalada científicamente que se encuentra libre de aspectos religiosos o espirituales. Su objetivo es conseguir un estado de consciencia plena de la realidad, en el momento presente, sin emitir juicios y con aceptación. Como proceso psicológico, busca focalizar la atención en lo que realizamos y sentimos en el presente, para crear consciencia del estado de nuestro organismo y conductas. Esto se logra sacando a la mente de lo que podemos llamar “piloto automático” mediante la meditación, es decir, identificar las respuestas automáticas e inconscientes a un plano consciente y controlado.
El Mindfulness se compone de:
- Atender el momento presente
- Observar las experiencias como si se dieran por primera vez
- Aceptar los eventos sin juzgarlos
- Desprenderse de aquello que nos causa sufrimiento o malestar
- Establecer una intención o propósito positivo
El Mindfulness se puede practicar diariamente durante media hora pero se recomienda iniciar con sesiones cortas de diez minutos, en un sitio agradable y libre de ruidos, podemos utilizar música relajante mientras nos sentamos cómodamente con la espalda recta y nos concentramos en nuestra respiración, lo que nos permite atender el momento presente.
Su uso en psicología es muy variado, se ha utilizado con resultados positivos en los siguientes padecimientos:
- Estrés
- Trastornos del estado de ánimo como la depresión y el trastorno bipolar
- Trastornos de ansiedad
- Somatizaciones y padecimientos físicos como la fibromialgia, colon irritable y síndrome de fatiga crónica
- Abuso de sustancias y adicciones
- Trastornos de la conducta alimentaria
- Trastornos de la personalidad
- Dolor crónico
- Estado físico y mental en pacientes con cáncer,
- Enfermedad cerebrovascular
- Hipertensión arterial
- Esclerosis múltiple
- Artritis reumatoide.
El mindfulness también se ha recomendado para incrementar habilidades de empatía, compasión y autoconciencia (Vásquez-Dextre (2016), habilidades importantes que podemos aplicar en nuestras actividades cotidianas y que nos permitirán ser mejores padres, hijos, hermanos, profesionales, compañeros de trabajo… en fin, mejores seres humanos.
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